La niebla (VI – La investigación)

La coincidencia de la relación entre dos de las víctimas y Paco Lago, convencieron al juez de la necesidad de iniciar rápidamente un registro en el domicilio del sospechoso.

En uno de los archivos del pendrive, se mostraba el contenido de varios correos electrónicos que se habían intercambiado entre Lago y Parrés. En ellos, Lago ofrecía a su amigo, cuatro meses antes, la posibilidad de invertir tres mil euros cada uno en un suculento negocio surgido a través de otro contacto: un misterioso Mr. Hughes.

Parrés, al parecer aceptó, pero dos meses después decidió echarse atrás aludiendo a que el negocio era peligroso y no quería tener que ver con “sustancias” que ponían en peligro la vida de la gente. Pedía recuperar el dinero invertido, pero Lago le respondía que pronto recuperarían ambos la inversión con las ganancias de las primeras ventas.

Otro correo más de Parrés a Lago, insistía en que no le interesaba el negocio, solo quería recuperar su dinero y Lago respondía airadamente, recordándole que Mr. Hughes ya les había adelantado cierta cantidad y se había enfadado por la pretensión de Parrés de “salirse del negocio”.

Los rifirrafes entre ambos socios a través del correo electrónico, habían continuado hasta dos días antes de la muerte de Parrés. Con esa fecha, el fallecido anunciaba a Lago que iría a visitarle a su casa al día siguiente, que era sábado y tendrían tiempo de sentarse para hablar del asunto y zanjar definitivamente la cuestión.

En la agenda, en sus últimas páginas, se veían anotadas, a modo de contabilidad casera, la cifra 3000 en rojo y varias cifras en azul que restaban de la inicial: 200, 300, 250, 150, 300, 500.

-Este pollo es un novato, jefe –dijo Carrillo antes de salir del coche en la misma puerta del domicilio del sospechoso –salir corriendo para robar el portátil de Parrés ha sido la mayor tontería que ha podido hacer.

-Así son las cosas Carrillo, esas son las torpezas que juegan a nuestro favor. Si los criminales fueran más listos nuestra labor sería aún más difícil.

Dos unidades de la policía se habían desplazado al domicilio de Lago. No contestaba al timbre, pero uno de los agentes percibió movimiento a través de una ventana y amenazaron con reventar la puerta si no accedía a abrirla sin causar más problemas. Lago abrió la puerta con el miedo reflejado en los ojos, sabía que estaba perdido.

El portátil de Parrés estaba sobre una mesa. Lago había intentado localizar la clave de acceso del correo electrónico y había borrado el archivo en el que se habían guardado las conversaciones, pero ya era tarde, la copia de ese documento en el pendrive que les había facilitado la madre de Parrés, ya figuraba como una de las pruebas principales en la imputación de su muerte.

También encontraron tres mil euros y varios paquetes con dos tipos de sustancia en polvo desconocidas para los agentes y que enviaron rápidamente al laboratorio para concretar su composición. Otra caja contenía gran cantidad de cápsulas para ingestión de medicamentos y material para su manipulado.

-¡Toda una farmacia! –exclamó Pozuelo tomando algunos de aquellos objetos con la mano enguantada. Me vais llevando al cocinero éste a la comisaría, que por la cara de susto que lleva, va a cantar como un pajarito.

Cuando Pozuelo llegó a la sala de interrogatorios, Lago ya estaba allí. Era un hombre joven, apenas unos años mayor que Parrés. Apoyaba la frente en la palma de la mano y mantenía los ojos cerrados hasta que el inspector le habló.

-¡A ver, chaval! Cuéntame de qué va todo esto.- Y le mostró las fotos de las tres víctimas.

Lago apartó la mirada y empujó las fotos hacía Pozuelo.

-¿Qué quiere saber?

-Quiero saberlo todo. Empieza contándome de qué va el negocio en el que te has metido y por qué te cargaste a Parrés. Porque tú te has cargado a Parrés ¿verdad?

-No me quedó otra, inspector

-¿Qué no te quedó otra? Aclárame eso.

-Me ofrecieron un negocio

-¿Quién? ¿El tal Mr. Hughes?

-Sí

-¿Dónde le conociste?

-Por ahí. De copas en la discoteca “Stereo”. Es un inglés simpático. Buscaba inversores para un negocio rentable y seguro.

-Y tú eras el inversor de sus sueños.

Lago obvió el sarcasmo.

-Quedamos al día siguiente de conocernos y me explicó de qué iba todo aquello.

-¿Y de qué iba?

– Se trata de una planta descubierta hace poco en la selva amazónica. Su raíz tiene unas propiedades adelgazantes  como ninguna otra. Actúa en el metabolismo acelerando el proceso de quema de grasas y si se mezcla con otra sustancia…

-¿Natrón?

-Sí, natrón, la reacción química entre las dos sustancias multiplica el efecto.

-Pero también mata ¿En qué consiste en concreto el negocio?

-Se trata de mezclar dosis muy pequeñas y ofrecerlas a través de internet. El efecto es inmediato. En la primera semana con las dosis recomendadas se pueden adelgazar cinco kilos, se alcanzan doce tras la segunda semana.

Pozuelo se echó las manos a la cabeza.

-Pero ¿te das cuenta de la barbaridad que supone eso? Puede tener unos efectos secundarios incontrolados.

-Sí, también lo sé. Bueno, lo supe después de algunas semanas vendiéndolo como churros. Mr. Hughes se llevaba la mayor parte del beneficio, al fin y al cabo los pagos se hacían directamente a su cuenta en un banco. Él nos facilitaba la mercancía y yo la preparaba en casa y hacía los envíos por correo postal. Eran paquetes pequeños y no hubo contratiempos hasta que Toni empezó a tener problemas de conciencia.

-¿Toni también fabricaba cápsulas de esa sustancia?

-No. Toni sirvió para empezar el negocio. Yo no tenía ni un duro. Luego le daba el diez por ciento de lo que Hughes me entregaba a mí. Cuándo Toni empezó a dar por culo conque quería que le devolviera los tres mil euros, yo no podía dárselos, me había metido ya en gastos y tenía que pagar por adelantado el importe de la mercancía y el material que Hughes me iba facilitando.

-¿Gastos como un coche de alta gama y esos estupendos muebles que hemos visto en tu casa?

-Sí, entre otros.

-O sea, que a pesar de los altos ingresos, seguías igual de endeudado como cuando eras pobre.

-Más o menos.

Pozuelo se levantó -¿quieres un café? Yo voy a tomar uno pero te advierto que es de máquina.

-Prefiero agua- contestó Lago

El inspector salió de la sala y llamó a Carrillo.

-Me vas investigando al inglés a la voz de ¡ya!

-Estoy en ello, jefe.

-¡Joder, Carrillo! Cada día te superas.

Carrillo se echó a reír y se fue abrochándose el abrigo. Pocos minutos después Pozuelo entró de nuevo con una botella de agua y un vaso de plástico con café humeante.

-Ahora empecemos por la primera víctima  ¿qué pasó con el mendigo?

-Toni y yo nos fuimos una noche de copas. Yo quería darle una vuelta en mi coche nuevo, pero él no paraba de darme la murga conque no quería seguir en el negocio. Paré el coche cerca de la plaza y bajamos a tomar el aire y a fumar un cigarrillo. Discutimos y luego Toni no quiso que le llevara hasta su casa, decidió marcharse solo.

-¿Qué tiene que ver en eso el mendigo?

-Nada. Aquel tipo salió de entre la niebla o de vete a saber dónde cuando Toni se fue. Me increpó y me dijo que lo había oído todo, que si no quería problemas con la policía le tenía que dar mil euros. El tío apestaba a alcohol y a suciedad que tiraba de espaldas.

-¿Y qué pasó después?

-Yo estaba muy cabreado, solo me faltaba el mierda aquel para seguir tocándome los huevos. Le dije que no llevaba tanto dinero encima, que lo tenía en mi casa, pero él no quería dejarme marchar por si no volvía, así que me amenazó con ir a contarlo todo a la policía, que se había quedado con mi cara y con la matrícula de mi coche. Tuve que dejar que se sentara junto a mí en el coche y me fui con él a Villar del Duque con la ventanilla abierta a pesar del frío. No le dejé entrar en mi casa. Le dije que me esperara allí sentado y le di mi petaca de whisky para que fuera entrando en calor. Cogí dinero del que tenía guardado para entregar a Hughes, luego cogí una botella de ron y vacié la mitad en el fregadero, eché una buena dosis de droga adelgazante que ya estaba preparada y lo mezclé bien.

-¿Cuánta cantidad?

-No lo sé. Posiblemente más de cien dosis.

-¿Se la diste allí mismo?

-No. Cuando volví al coche estaba mucho más borracho, pero no se había olvidado del dinero. No podía dárselo y dejarlo en mi puerta, así que volví de nuevo a San Cristóbal y paré otra vez junto a la plaza. Le hice salir, le di el dinero y le ofrecí la botella de ron. Tal y como yo suponía, no se hizo de rogar. Aunque no podía mantenerse de pie se echó un buen trago y luego otro. Entonces empezó a mirarme con los ojos desorbitados. El hijo de la gran puta eructó en mi cara y se cayó al suelo. No había nadie en la calle, así que lo arrastré hasta el portal donde vi aquel carro de supermercado, supuse que había estado allí todo el tiempo mientras discutíamos Toni y yo. Le envolví con la manta que tenía en el suelo, le quité el dinero de entre las manos y me marché de nuevo a mi casa.

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