Peligro en la cocina

Vieron una película esa tarde con un bol de palomitas sobre la manta que les cubría las piernas. Llovía. En la calle hacía un frío que pelaba, y lo único que les apetecía era estar allí, sentadas en el sofá y con la luz apagada. Solo la claridad que emanaba de la pantalla del televisor les permitía distinguir los objetos que les rodeaban.

De pronto, un golpe proveniente de la cocina les hizo dar un salto y volcar el bol de palomitas. Las dos amigas se miraron sorprendidas.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó María.

Noemí se encogió de hombros.

—La tormenta habrá abierto la ventana de la cocina, tal vez no se quedó bien cerrada.

María apartó la manta, se calzó las zapatillas y se dirigió resoluta hacia la puerta. Asomó la cabeza al pasillo y aguzó el oído por si escuchaba algún otro ruido. Le extrañó el silencio reinante. Si se había abierto una ventana, debería escucharse al menos el ruido del viento, algún otro golpe o, al menos, debería sentir la corriente de aire frío, pero no, el silencio era absoluto y la temperatura dentro de la casa no había variado.

Encendió la luz de la cocina y observó que la ventana estaba cerrada. Miró a su alrededor y descubrió en el suelo el cuchillo jamonero que debía estar colocado debidamente en el taco portacuchillos colocado en un rincón del mostrador de la cocina. Tal vez Noemí lo había dejado de cualquier manera encima del mármol y fue resbalando hasta caer. No quiso pensar más, era una nimiedad, lo recogió del suelo y lo colocó en su lugar, volviendo a continuación al salón.

—¡Vaya un fastidio! — exclamó al volver—. Me he perdido la escena del marido cuando la descubre. ¿Qué ha pasado?

—Luego te lo cuento —respondió Noemí sin apartar la vista de la pantalla del televisor—, que no quiero perder detalle. —¿Qué pasaba en la cocina? —preguntó a continuación.

—Nada. Un cuchillo que se había caído al suelo.

—¡Qué raro! —Y se encogió de nuevo de hombros.

Un nuevo golpe se escuchó tras ellas, aunque algo más cerca. Volvieron a mirarse extrañadas.

—Ahora levántate tú —ordenó María—. No seas tan cómoda.

Noemí suspiró fastidiada, pero se levantó del sofá y se dirigió al pasillo, encendió la luz y no pudo evitar un respingo que la dejó paralizada y con los ojos como platos.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó María con la boca llena de palomitas.

—¿Cómo ha llegado esto hasta aquí? —Soltó Noemí sin esperar respuesta.

María se levantó y miró con curiosidad hacia la entrada del salón. En el suelo podía verse tirado el cuchillo jamonero. Caminó despacio hacia su amiga mientras esta, daba pasos atrás chocando inevitablemente con ella.

—¡Ay María, por dios! ¡Esto no debería estar aquí! No me estarás gastando una broma ¿verdad?

—Puedo asegurarte que no —confirmó ella visiblemente asustada—. ¿Qué hacemos?

—Yo no pienso tocarlo, pero no me atrevo ni a darle la espalda. ¿Te imaginas que nos ataque por detrás? Hay que estar alerta. Cógelo tú si quieres.

—¡Yoooo! —aulló María—. ¡Ni loca toco esa cosa endemoniada!

—Pero, algo habrá que hacer.

—No nos queda otro remedio que vigilarle toda la noche. Por la mañana pediremos ayuda y que alguien se lo lleve. No me fío ni un pelo.

—Pues habrá que hacer café —resolvió Noemí—, porque a estas horas de la noche y con los vinos que nos hemos tomado, vamos a dormirnos sin darnos cuenta.

Nescafé era lo único que había en la despensa. «Algo es algo» pensó María mientras calentaba sendas tazas en el microondas con la espalda pegada a la de Noemí, que vigilaba sin descanso la puerta de la cocina por si el cuchillo asomaba por allí y se lanzaba contra ellas. Claro que, lo único que podría hacer ante un ataque, era esquivarlo y gritar como una posesa, pero, ¿hasta cuándo podrían aguantar su asedio?

—Se me ocurre algo, María.

—¡Espero que sea algo eficaz! Tengo muchísimo miedo.

Noemí bajó la voz hasta hacerse casi inaudible.

—¿Y si lo cazamos?

—¿Cazarlo? ¿Cómo?

—¡Chisssssssst! Baja la voz, no sabemos sí entiende nuestro idioma.

—Es un cuchillo jamonero endemoniado ¡Por supuesto que entiende nuestro idioma!

—Pues baja la voz ¡coño!

—Bien —admitió María—. ¿Cómo propones que le cacemos? ¿Le echamos una manta encima? ¿Le ponemos una zanahoria para que se entretenga cortándola y le tiramos la olla express…?

—Noooo. Algo mucho mejor: ¿Te acuerdas de la piedra que me regaló mi hermano y que no uso para nada?

María abrió la boca perpleja.

—¿Te vas a liar a pedradas con un cuchillo encantado?

—¡No digas tonterías! Esa piedra… —bajó más la voz—, es un imán. Si logramos atraparle con ella será nuestro prisionero y cambiarán las tornas.

—¡Ahhhh, que buena idea!

Las dos amigas arrastraron la espalda a lo largo del pasillo sin quitarle el ojo de encima al cuchillo jamonero que seguía en el mismo lugar, en medio del pasillo, pero su hoja afilada iba girando hacia las muchachas conforme pasaban por su lado.

—¡Ay, qué largo es este pasillo, Noemí! ¡Me estoy haciendo pipí, popó y de todo!

Entraron en el dormitorio y, mientras María vigilaba, Noemí rebuscaba dentro del armario hasta encontrar el objeto, del tamaño de un plato de postre, dentro de una caja repleta de cosas inútiles pero con mucho valor sentimental.

—¡Lo tengo! ¡Lo tengo!

Salieron de nuevo al pasillo parapetándose detrás de la piedra plato. Noemí lo inclinó en dirección al cuchillo que de inmediato se arrastró medio metro y voló hacia ellas.

—¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhh!

El grito se hubiera oído en la otra parte de la ciudad si no fuera porque en ese momento, un trueno enorme resonó en medio de la tormenta. Noemí había soltado la piedra plato, y ambas jóvenes se habían refugiado temblando como hojas detrás del perchero de la entrada. Un escondite poco eficaz, la verdad. En cambio, su treta sí fue efectiva: el cuchillo jamonero se había quedado pegado a la piedra y se movía ligeramente sin conseguir despegarse por la fuerza del imán.

Se acercaron con prudencia a aquellos objetos. Noemí ató fuertemente el cuchillo a la piedra con un cordel de esos de atar paquetes, luego, ambas se miraron interrogantes.

—Mañana compramos una jaula —dijo María con resolución—, así lo tendremos vigilado.

—¿Y dónde lo ponemos?

—No sé, en cualquier sitio menos en la cocina, no se nos vayan a rebelar los otros cuchillos ¡Nunca se sabe!
© Maruja Moyano

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