La niebla (II – El misterio)

El pánico se estaba extendiendo por toda la comarca y se preveía una mayor difusión del miedo durante los días siguientes. Nadie había dado una explicación razonable a la población. Las autoridades locales habían pedido auxilio a otras de mayor rango y éstas habían puesto en marcha un protocolo de actuación para casos de emergencia.

Mientras los resultados de las autopsias se producían, pendientes de los análisis de los tejidos de las tres víctimas, se hacía urgente la protección de la población para evitar nuevos casos. Se convocó con la máxima celeridad una reunión del Alcalde, el Concejal de Sanidad y el jefe de la policía local junto con el Gobernador de la provincia y destacados forenses de la policía nacional. Las evidencias investigadas y los primeros resultados de la exploración de los cadáveres eran suficientes como para poner en marcha una primera fase de prevención.

1º Las muertes se habían producido en distintos lugares del pueblo.  Eso evidenciaba que la causa era móvil y no se ceñía estrictamente a las características de una zona determinada del mismo.

2º No había testigos conocidos en el momento de los óbitos.

3º Por las declaraciones de los familiares y de las personas que encontraron los cuerpos, los fallecimientos se habían producido, todos, entre las 6 y las 7 de la mañana. Los vecinos que habían pasado por los mismos lugares antes y después de ese espacio de tiempo, no habían sufrido ningún percance.

4º Los primeros resultados de las autopsias, en espera de los resultados del análisis patológico, indicaban plena coincidencia en la causa de la muerte de las tres víctimas, a pesar de que, previamente a su fallecimiento, cada una de ellas presentaba un estado de salud diferenciado:

  • El vagabundo (de identidad desconocida) padecía un cáncer de hígado en fase IIIB, que aún no se había propagado a otros tejidos.
  • El deportista, de nombre Toni Parrés, se encontraba en perfecto estado de salud.
  • El ama de casa, de nombre Antonia García, había sufrido una angina de pecho un año antes y permanecía en tratamiento y control médico debido a su obesidad y al riesgo de un nuevo percance coronario.

Tres casos diferentes. Sin embargo, los tres cadáveres presentaban el mismo aspecto y era previsible que también hubieran muerto por la misma causa: el brote de algún agente patógeno desconocido, con la hipótesis inicial de que atacaba por vía aérea.

La grasa natural de sus cuerpos, había desaparecido casi en su totalidad, así como los fluidos. El aspecto de la piel era ceniciento y reseco como el cartón y la lengua se mostraba azulada. Los pulmones también aparecían con tonalidades más bien azuladas y eso no era diferente en ninguno de los tres cuerpos.  El laboratorio había dado prioridad al análisis de la sangre y tejidos de las víctimas por encima de cualquier otro caso.

En la reunión se acordó prohibir a la población civil salir a la calle entre las 5 y la 8 de la mañana mientras aquel misterio quedara definitivamente resuelto y controlado. A los agentes de seguridad, municipal y militar, se les ordenó patrullar con trajes especiales herméticos y provistos de oxígeno y que serían enviados desde la capital de forma inmediata. Mientras tanto, nadie podía salir en ese espacio de tiempo de sus casas, fuera cual fuera la urgencia requerida, por el bien de toda la población.

Las medidas adoptadas fueron transmitidas por radio y televisión y con el reparto masivo de hojas de instrucciones escritas, firmadas y selladas por las autoridades municipales y el mismísimo Gobernador Civil de la Provincia.

Pero el miedo superaba la prudencia y las tiendas y los supermercados del pueblo quedaron vacíos en un solo día. Los colegios cerraron sus puertas y tanto alumnos como profesores se negaron a acudir a las aulas. Las obras se paralizaron. El personal sanitario se atrincheró en los centros de salud, no negándose a atender a los pacientes, pero sí negándose a visitarlos en su domicilio, fuese la hora que fuese.

Los comercios cerraron, la oficina de correos, los bufetes de abogados, el transporte público, los bancos,  los bares… Se negaron a salir los repartidores de gas, los fontaneros y todos y cada uno de los servicios del pueblo quedaron suspendidos.

Lo peor de todo, era que se había declarado a aquella población en  cuarentena y nadie podía salir ni entrar de las lindes municipales. De todas formas, tampoco nadie quería salir ni siquiera de sus casas, pendientes en todo momento de las noticias que la radio local y la televisión transmitían.

Tan solo la policía municipal se mantuvo en su puesto, muy a su pesar, bajo amenaza de arresto y suspensión de empleo y sueldo.

Se mantuvo una reunión con todos los miembros de la  policía municipal sin excepciones. Las instrucciones eran patrullar por parejas desde las doce de la noche hasta las ocho de la mañana por distintas zonas del pueblo y sus alrededores, recogiendo cada cuarto de hora muestras de aire con una jeringa especial, cerrarla herméticamente y anotar el lugar, la fecha y la hora de recogida de la muestra. Un equipo de analistas se desplazó a la localidad y montaron su cuartel general en las dependencias del Centro de Salud del pueblo. Las órdenes eran trabajar sin descanso y en turnos de ocho horas con una de descanso para cenar, hasta localizar al asesino silencioso que se había cebado con aquel pueblo.

Se les instruyó en el manejo del material y se hizo especial énfasis en el adecuado ajuste de los trajes.

-¿Pero de verdad es necesario disfrazarse de astronauta?- vociferó Tomás, un policía fornido y velludo con cara de malos amigos, sentado en la última fila de la sala.

-Es absolutamente necesario- contestó el técnico sanitario que les instruía en aquel curso intensivo convocado a toda prisa por las autoridades.

-¡Pues a mí me parece que todo esto es un montaje! ¡No me creo ni una palabra!- continuó.

-¡Fernández!- gritó el capitán levantándose enfadado de su asiento -¡una muestra más de indisciplina y me veré obligado a arrestarle!

-Capitán- insistió el policía –solo digo lo que pensamos muchos, toda esa parafernalia se podría suprimir por unos guantes y una mascarilla ¿no?. Las elecciones están cerca y a alguien le ha venido muy bien todo este jaleo.

-¡Pero Tomás!- intervino una mujer policía volviéndose hacia su compañero –¡se trata de salir al paso de una posible infección!

-¡Anda, calla!- contestó él despectivo –¡tú no saldrías al paso aunque estuvieran atracando a tu padre!

Todos se miraron unos a otros con asombro. Tomás no era el compañero más simpático, pero tampoco se había manifestado nunca en esos términos ni había insultado así a nadie. Sudaba y estaba inquieto. La joven policía ofendida tragó saliva, miró a su jefe con la boca abierta, incapaz de responder a aquel ataque tan injustificado.

El capitán se dirigió a Tomás con la mandíbula crispada. –No le permito esta falta de respeto hacia su compañera ni estas formas. Mañana instruiré un expediente disciplinario contra usted. Queda avisado. No sé lo que le pasa ni me importa, pero de momento, el primer turno comenzará con usted.

Se dirigió a todos desde el centro de la sala –¿alguien se ofrece voluntario para acompañar a Tomás Fernández?

Otro policía, más joven y delgado levantó la mano –Yo mismo, capitán.


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La Niebla – Parte III – La Patrulla

La Niebla – Parte IV – La Hipótesis

La Niebla – Parte V – La Pista

La Niebla – Parte VI – La Investigación

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