La niebla (III – la patrulla)

A las doce en punto de la noche salieron cuatro parejas de policías a patrullar. Habían dividido el pueblo en cuatro zonas bien delimitadas.

Tomás Fernández y Raúl Mejía subieron al vehículo y se dirigieron a la parte oriental del pueblo, cerca de las zonas deportivas y por donde transcurría el rio. Se habían puesto los trajes reglamentarios, a excepción de las escafandras con cristal solo en la mitad delantera y que les impedía moverse con comodidad dentro de la cabina.

No habían cruzado palabra durante todo el trayecto. Tomás miraba ausente por la ventanilla y Raúl, atento al volante, no dejaba de pensar en el extraño comportamiento de su compañero. Sentía enfado hacia él. El bochornoso espectáculo que había dado aquella tarde le tenía completamente descolocado. En los seis años que llevaba trabajando allí, nunca había visto a Tomás con aquella actitud tan desagradable.

Paró el coche a escasos metros de las últimas casas bajo la luz de una farola. La cercanía del rio intensificaba la niebla a su alrededor en aquella zona y la visibilidad era escasa a pocos metros. Raúl se colocó la escafandra tal y como le habían instruido antes de salir del vehículo, pero Tomás abrió la puerta ignorando aquellas instrucciones.

-Pero ¿qué haces? ¿dónde crees que vas?- le reprochó Raúl –Ponte el traje completo antes de salir.

Tomás le miró indicando con sus gestos el fastidio que le producía todo aquello.

-¡No me jodas Raúl! Necesito hacerme un cigarro antes.

Raúl insistió. –No me amargues la noche, por favor. He querido ser yo quien saliera esta noche contigo porque me considero tu amigo, pero si empiezas otra vez con gilipolleces como en la reunión de esta tarde, no te lo voy a consentir.

-¿Te vas a chivar?- soltó una carcajada -¡Venga hombre! Solo será un cigarrillo, además, todo esto no son más que tonterías, un invento para que alguien se dé importancia.

-Tomás, los muertos son de verdad, este es un tema muy grave, nos afecta a todos, no sé qué coño te está pasando pero no me gusta nada la actitud que estás tomando en este asunto.

-Ya sé que los muertos son de verdad, pero no me creo todo ese misterio que han inventado a su costa. La gente se muere o la matan ¡vete a saber!.

-¿Qué quieres decir?

-¿Cómo que qué quiero decir? ¿Has visto tu los cadáveres?

-Yo no, pero Fulgencio si vio al vagabundo muerto y otros vieron al chico y a la mujer…

-¡Fulgencio vio un tío muerto y ya está!- interrumpió Tomás. –Con toda la mierda que llevaba el fulano encima ¿qué aspecto podía tener? Los muertos no son bonitos de ver y cuando llevan horas tirados por las calles menos.

Raúl respiró hondo y trató de tranquilizarse. No quería discutir con su compañero, quería que la noche acabara pronto y volverse a casa con su familia. Su mujer se había quedado muy preocupada. Todo el pueblo lo estaba. Hacía solo tres meses que había nacido su primera hija y lo único que le apetecía en aquel momento era mirar su carita dormida.

-Ya te has acabado el cigarro- Le dijo sosegando la voz. –ahora haz el favor de ponerte la escafandra del traje y empecemos con lo que hemos venido a hacer. No me des la noche.

Tomás dudó unos segundos, luego abrió la puerta del vehículo y sacó la escafandra. Dudó de nuevo. Se la colocó inseguro. Raúl hizo ademán de ayudarle y él le apartó de un manotazo.

-Puedo colocarme esta mierda solo.

Raúl sacó una linterna y avanzaron despacio por el camino que conducía a la zona deportiva.

-Coge uno de los tubos de medición –sugirió a Tomás –tenemos que coger la primera muestra.

El tubo se estrelló contra el suelo. -¡Cago en la puta!- gritó Tomás –¡Con estos guantes me siento un inútil!

Su compañero sacó otro –Vale, déjalo. Yo tomaré las muestras y tú anotas los datos en la libreta y en las etiquetas. Supongo que el bolígrafo sí podrás cogerlo ¿no?

-Pues mira, no lo sé. Estoy empezando a agobiarme.

Se paró en seco y empezó a quitarse la escafandra con prisa, resoplando, aumentando su nerviosismo en la medida en que los guantes le dificultaban desabrochase aquello que le ahogaba.

-Pero ¿qué haces? –Raúl trató de impedírselo, pero recibió un empujón al tiempo que Tomás conseguía, por fin, sacar la cabeza del traje.

-¡No puedo, Raúl! ¡Lo siento, no puedo!

-¡Pero qué…! –de repente lo entendió –¡Padeces de claustrofobia! ¿por qué no lo dijiste en la reunión? Al menos al capitán si no querías que los compañeros lo supieran.

Tomás miró al suelo tomando grandes bocanadas de aire.

-Montaste todo el follón allí, delante de todo el mundo para que te arrestaran y no salir esta noche ¿verdad?

Tomás asintió.

-Pero ¡tú eres idiota! ¿Creías que te iban a llamar mariquita por eso? De verdad Tomás, no te comprendo. Ahora te enfrentas a un expediente disciplinario solo por tu ridículo orgullo de macho alfa. Pues mira, te ha salido mal porque esta noche te la comes y me la haces comer a mí contigo.

-Tú no lo entiendes- quiso explicar Tomás.

-No tengo nada que entender, tengo que hacer un trabajo y voy a hacerlo aunque sea solo. Vete al coche, yo seguiré solo.

-¡No, no puedo dejar que patrulles solo! No me perdonaría que te pasara algo –Tomás se sentía avergonzado ante su amigo. La había fastidiado.

-Pues yo no pienso trabajar contigo esta noche sin el traje reglamentario y por supuesto que mañana pondré en conocimiento del capitán cuál es tu problema. Que tome luego las medidas que correspondan. No me toca a mí juzgarte, pero tampoco aguantarte.

Se dio la vuelta y comenzó a tomar las muestras y a anotar los datos mientras Tomás le miraba sin saber muy bien qué hacer con la escafandra aún en la mano. Miraba en dirección al vehículo policial y luego la espalda de su compañero que había comenzado de nuevo a caminar alumbrándose con la escasa luz de la linterna.

-¡Lo voy a intentar!- gritó.

-¡Me parece bien! – contestó Raúl sin volverse.

Las primeras luces del día despuntaron. Los dos hombres estaban cansados. Solo habían vuelto al coche dos veces durante la noche para tomar una taza de café del termo que llevaban preparado. Eso les había ayudado a mantenerse alertas durante todas aquellas horas en las que solo habían visto niebla a su alrededor. Tomás se había apartado de su compañero varias veces con la excusa de ir a orinar detrás de los árboles, pero Raúl sabía que aprovechaba para quitarse la escafandra y respirar. Se daba cuenta de que lo estaba pasando mal y que estaba haciendo un esfuerzo muy grande, que luchaba contra su fobia con todas sus fuerzas. Él no le había dicho nada cada vez que se ausentaba durante aquellos largos minutos tras los árboles, valoraba que hubiera antepuesto la seguridad de su compañero a su fobia y estuviera tratando de vencer sus deseos de despojarse de la escafandra que le encarcelaba el aire. Pero también se sentía temeroso de que, en alguna de aquellas escapadas, a Tomás le pudiera pasar lo mismo que a las tres víctimas cuyo fallecimiento estaban investigando.


Sigue leyendo…

La Niebla – Parte IV – La Hipótesis

La Niebla – Parte V – La Pista

La Niebla – Parte VI – La Investigación

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