La niebla (V – La pista)

La madre de Toni Parrés les recibió vestida de luto riguroso. La muerte de su único hijo la había dejado sola por completo y ahora que sabía que su fallecimiento no se debía a un accidente ni a una enfermedad, sino que tenía un culpable, un asesino que le había arrebatado la vida, su dolor se había visto incrementado.

-Con mi hijo se me ha ido la vida- decía –siempre fue un buen hijo, un chico atento y trabajador que no tenía enemigos.

-Pues alguno debía de tener- contestó Pozuelo –y me gustaría que nos diera usted permiso para inspeccionar su habitación. ¿Ha tocado usted algo desde que descubrió que le habían entrado en casa?

-No. Me he limitado a llamarles a ustedes. Pueden mirar todo lo que quieran.

-Gracias. –hizo un gesto a los agentes y éstos comenzaron a trabajar en el dormitorio del muchacho –¿Cuánto tiempo ha estado usted fuera de casa esta mañana?

-Solo me ausenté por espacio de una hora aproximadamente para ir a misa y a comprar algunas cosas.

-¿Notó en los últimos días que Toni estuviera raro o preocupado? ¿le habló de alguna cosa que le preocupara?

-No, pero la noche anterior a… a que se fuera, me dijo que le guardara unas cosas, no entendí por qué, pero insistió en que se lo guardara.

El inspector dejó de juguetear con el bolígrafo -¿Unas cosas? ¿Qué cosas?

La mujer se levantó. –Ahora se lo traigo.

Entró en su cuarto y no tardó en salir con dos objetos: una agenda y un pendriver. A Pozuelo se le agrandaron los ojos.

-No me extrañaría nada que fuera esto lo que buscaba el ladrón ¡Carrillo!- llamó a uno de los agentes que asomó la cabeza por el pasillo.

-Ya voy jefe.

Pozuelo hojeó la agenda mientras continuaba preguntando a la mujer.

-Supongo que aquí estarán todos sus amigos ¿había alguno en especial con quien saliera más o se llevara mejor?

– Los amigos de toda la vida ya no viven en el pueblo. Alguno quedará, pero solo se juntaban en verano, cuando las fiestas, ya sabe. Con quien salía más últimamente era con un compañero de trabajo, pero hacía unas semanas que parecía que se habían disgustado. Cosas de chicos, creo yo.

-¿Sabe cómo se llama?

-Se llama Paco. Paco… Lago, creo recordar. Estará en la agenda de mi hijo.

-Sí, efectivamente. Aquí está, Paco Lago.

-¿Qué hacemos jefe?- dijo Carrillo –en la habitación del chico no hemos visto nada fuera de lo normal.

-Es posible que la clave de todo este asunto esté aquí dentro- señaló el pendrive. Se dirigió de nuevo a la mujer -Hábleme de ese compañero de trabajo, por favor.

-Sé poco de él. No es del pueblo. Ya sabe que mi hijo trabaja… trabajaba en otro pueblo, en Villar del Duque.

-Sí, está a pocos kilómetros de éste.

-Bueno, pues ese chico, Paco, vive allí y es compañero de trabajo de Toni. Aquí ha venido pocas veces, dos o tres como mucho. La última vez que vino traía un coche de esos que se ve que son caros. “¿Le ha tocado la lotería a tu amigo?” le pregunté a Toni, pero él no me siguió la broma, salió y se fue con él. Esa noche vino disgustado, pero no quiso contarme nada.

El inspector Pozuelo se levantó de la silla y extendió la mano hacia la señora.

-Señora, creo que de momento tenemos información suficiente. La agenda y el pendrive me los tengo que llevar, puede que contengan la clave del porqué de esas muertes, pero se lo devolveré, tiene mi palabra.

La mujer también se levantó con los ojos llenos de lágrimas. –¿Cree usted que ese tal Paco mató a mi Toni?

Pozuelo tragó saliva. –Aún no puedo estar seguro, tenemos que analizar el contenido de las pruebas.– apretó de nuevo la mano de la mujer –pero me tiene a su disposición.

La mujer se secó los ojos. –Una última cosa.

-Dígame.

-¿Cuándo podré enterrar a mi hijo?

El inspector volvió a tragar saliva. –En pocos días estará resuelto ese asunto. Serán pocos. Se lo prometo.

Pozuelo entregó a Carrillo el pendrive y la agenda nada más salir a la calle.

-¡Que me vayan abriendo todos los archivos de este chisme! ¡Leed puntos y comas! ¡Si hay una evidencia de que Paco Lago tiene algo que ver en las muertes, me consigues la orden del juez para registrar su casa! ¡Ya estás tardando!

Carrillo se marchó rápidamente mientras Pozuelo y otro agente dirigían su coche hacia la casa de la fallecida Antonia García. El viudo y el hijo de la mujer asesinada les aguardaban desde hacía rato.

El marido de Antonia, un jubilado enjuto y tembloroso, puso unas tazas de café sobre la mesa mientras su hijo, un muchacho fuerte de unos veinticinco años, con los ojos enrojecidos se sentaba en un sillón frente al inspector que ya había sacado su libreta de notas.

-Díganme, por favor, si Antonia o alguno de ustedes tenía alguna relación, personal o de cualquier tipo con Toni Parrés o con su madre.

El anciano acercó una silla a la mesa y se sonó la nariz antes de responder.

-No, nosotros no conocíamos a ese chico de nada, vivimos al otro lado del pueblo que no es pequeño.

-Bien ¿y a un tal Paco Lago?

El padre y el hijo se miraron sorprendidos.

-¿Don Francisco Lago?- preguntó el hombre

-¿Le conocen?

-¿Quiere decir Francisco Lago, el de Villar del Duque?

-Sí, precisamente ese.

– Mi mujer trabajaba en su casa desde hace unos tres meses. Con mi pensión no se puede vivir ¿sabe usted? Y mi chico ha estado en paro hasta hace dos semanas. ¡Ya ves!– comenzó a llorar -¡qué poco le duró la alegría a la pobre!

Pozuelo no sabía qué cara poner en esas situaciones. Se sentía fatal y en esos momentos le parecía que el suyo era el peor trabajo del mundo.

-Todas las mañanas cogía el primer autobús que hace parada en Villar del Duque- continuó el hijo –trabajaba de asistenta media jornada. Ese señor, aunque muy joven, debe tener bastante dinero porque mi madre nos contó que la casa era nueva y la tenía a todo lujo y además le pagaba bien.

-¿No le habló su madre de algún altercado con el señor Lago? ¿Alguna discusión? ¿Algo fuera de lo común?

El padre y el hijo se miraron de nuevo con extrañeza y el anciano volvió a tomar la palabra.

-No, nunca nos dijo que nada fuera mal en su trabajo. Ella era muy reservada, si hubiera visto algo raro, tampoco nos lo diría. Si estuviese aquí diría que lo primero es conservar el empleo, que nos venía muy bien. Ya sabe usted: Ver, oír y callar.

-¿Sospechan de él?- preguntó el hijo -¿qué podría tener ese hombre en contra de mi madre?.

-Aún no lo sabemos, pero creo que estamos tras la pista de la verdad.


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La Niebla – Parte VI – La Investigación

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