De tragedias y pasmos

La tragedia de España es que a la ciudadanía nos dan a escoger entre la corrupción y la incompetencia. Nos preguntamos por qué en cada nuevas elecciones los votos al partido más corrupto de la historia suben de manera inexplicable, pero es que, con la escasa cultura política que arrastra éste país tras cuatro décadas de dictadura y otras cuatro de acomodamiento bipartidista, elegir entre lo malo y lo peor induce a la inercia de elegir “lo conocido”.

La historia debería servir para no repetirla, para aprender de los errores, para perfeccionar las estrategias y las tácticas de ésta guerra colectiva e infinita que es la gobernanza y la convivencia de los pueblos. En cambio, en España suspendemos de nuevo, tal vez por la costumbre de arrastrar pésimos programas educativos más orientados a formarnos en la sumisión y la complicidad que en la libertad y el respeto.

La cadena de errores de la izquierda, incluyendo en ese concepto y sobre todo al Psoe, han ido conformando una pelota tan grande y pesada que antes o después tenía que caer sobre nuestras cabezas y aplastar esperanzas, ilusiones, objetivos, posibilidades…

Sánchez ha intentado nadar y guardar la ropa demasiado tiempo evitando toda unidad con Podemos, un partido demasiado a la izquierda que Felipe González y sus acólitos, vieja guardia acomodada en las mieles del poder económico europeo, repelen por la amenaza que supone a sus intereses de casta. Sí, de casta.

Han hecho el coro a los gritos escandalizados de la derecha recalcitrante, haciendo suyas las consignas patrioteras que claman por la “unidad de España”, provocando más odio y desunión con ello entre pueblos, que la unidad que reconoce la diversidad histórica de este Estado.

La negativa obcecada e intransigente a hablar y negociar alternativas con los partidos nacionalistas catalanes, han cerrado todas las puertas a un gobierno social y de progreso, igualándose en su postura al Pepé y a Ciudadanos, símbolos vivientes del franquismo cuya sombra aún oscurece el futuro de España.

El discurso titubeante, inconcreto, sin expectativas más que la vaguedad inconclusa, rodeada de polémica y ruido de sables a nivel interno y externo, sólo han mostrado a la ciudadanía una perspectiva futura de inseguridad y una falta de firmeza evidente en sus convicciones, algo imposible de mantener por un aspirante a gobernar un país complejo de 48 millones de almas.

El oligarca González emerge con descaro aireando promesas de café, como si éstas tuvieran la legitimidad de acuerdos orgánicos y se queda tan ancho, porque en realidad, considera que lo que él acuerda en la cafetería es ley, como siempre lo fue.

Podemos, por su parte, ha ido añadiendo cagaditas desde que tras el 20D a Iglesias se le fuera la pinza con sus continuas salidas de tono, lo que desencadenó la desconfianza y decepcionó a un buen número de sus votantes que, de nuevo, se habían ilusionado con un posible cambio de políticas hacia posiciones más a la izquierda del Psoe. El endiosamiento desmedido, en su fantasía, no hace sino confundir la realidad con el deseo y ni Podemos había  alcanzado aún el Cielo, ni estaba tan cerca como para creer tenerlo a un tiro de piedra.

Por supuesto, las campañas mediáticas hicieron su parte en el desinflamiento de la imagen de un líder que “se lo ponía a huevo” a sus enemigos políticos todos los días pares, o impares… no sé.

La desilusión por la inseguridad de las posiciones, el personalismo de los líderes, los continuos escándalos e insultos públicos entre e intro partidos de izquierda, la negativa al diálogo, el no afrontar los problemas con decisión, la falta de disponibilidad negociadora, la falta de generosidad política para anteponer los intereses generales al protagonismo partidista, etc. han tenido sus previsibles consecuencias, la torpeza y la incompetencia se han castigado en las urnas más aún que la corrupción, porque la corrupción tiene un propósito: el enriquecimiento o el poder en sí mismo y eso lo entiende la gente aunque no lo comparta, pero la incompetencia sólo tiene como consecuencia el suicidio de quienes lo ejercen y de quienes arrastra en su despropósito y la estruendosa bajada de apoyos en las urnas para ambos partidos de izquierda no se han hecho esperar.

El abstencionismo vuelve a militar echando cerrojos ante el desalentador panorama político y social que hace sólo un año se llamó esperanza.

¿Y el Pepé? Nada. Sabe que no tiene ni que moverse. En éste país la izquierda no precisa recibir el fuego de fusiles ni torpedos para hacerse trizas sola.

Y mientras tanto el mundo se desangra, el poder de los ya poderosos crece, la pobreza de los ya pobres se amplía más aún y nosotros… nosotros aquí, con cara de pasmo.

6 comentarios

  1. Qué falta nos hacen políticos honestos, serios, preparados y que vean su trabajo como un servicio para hacer un mejor país, en vez de un escenario para pavonearse de su inflado ego y enriquecerse.

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    1. Si, compañera. Además, la gente debe tomar más conciencia de su importancia como ciudadano en la toma de decisiones, porque el futuro de nuestros hijos depende de nuestros actos de hoy y la elección de representantes fieles a la defensa de las necesidades de los y las ciudadanas es vital para ese futuro.

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  2. Mariano · · Responder

    Es excelente tu nota Maruja, como siempre.
    Destaco esta frase: «En cambio, en España suspendemos de nuevo, tal vez por la costumbre de arrastrar pésimos programas educativos más orientados a formarnos en la sumisión y la complicidad que en la libertad y el respeto»

    El tema del sistema educativo también aquí en Argentina nos complica. Se educa a las personas para que sean útiles cumplidores de mandados, sumisos oficinistas.

    Tengo mi corazoncito cerca de Bakunin, aclaro para sincerarme, y creo que el verdadero desafío para producir un cambio no es encontrar políticos sanos (pues no salen de un repollo, se educan en nuestro mismo sistema educativo), sino trabajar en la conciencia cívica del ciudadano, que en todo lo que se pueda, obre la mano directa del pueblo. Es un trabajo de largo, larguísimo plazo, pero vale la pena: lo hermoso será trabajar para algo que nosotros no veamos. El sistema representativo no está mal, pero no sirve para todo: hay cosas en que no se puede delegar. Aquí la anterior presidenta hablaba de «empoderamiento», creo que la cosa viene por ahí: empoderar al pueblo, para que transforme las cosas, en el día a día, en lo cotidiano, sin necesidad de revoluciones sangrientas que solo logran reemplazar un poder fáctico por otro.

    La izquierda tanto allá como acá en Sudamérica, siempre cometió el mismo error: supeditar la aplicación del socialismo* sí, y solo sí, consiguen el poder y en el mientras tanto, nada, pura retórica. En el camino al poder las izquierdas o se vacían de contenido (como le pasó al PSOE que, me pregunto ¿qué tendrá de socialista y obrero a estas alturas), o se aíslan convertidos en meros vociferadores, en parias políticos, en Quijotes desmesurados para la vista del gran público.

    Abrazo desde el Río de la Plata

    *socialismo entendido no en el sentido soviético o chino, aclaro.

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    1. Cómo siempre, comparto al cien por cien tu criterio, Mariano. Yo también creo que mientras las personas no descubran su capacidad para empoderarse, la cosas no cambiará demasiado. Creo que los avances en esta sociedad global que vivimos, son lentos y plagados de tropiezos. El poder siempre encuentra los medios para tergiversar y adaptar esos avances para su propio provecho, se adaptan como los camaleones y tras infinitas luchas y sufrimientos, parece que siempre llegamos al mismo punto de partida.

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